El 6 de agosto
de 1945 una bomba atómica de uranio enriquecido explotó a una
altura de 600 metros sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. La explosión,
equivalente a 16.000 toneladas de
TNT, creó una onda de calor de unos 300.000 grados centígrados, una
potente onda de choque y un estallido de radiación gamma. Los edificios de
madera de la ciudad entraron en combustión, y casi todas las personas que
estaban dentro de un radio de un kilómetro y medio del centro de la explosión
(el hipocentro) murieron inmediatamente. Los potentes incendios que
devoraron la ciudadcrearon corrientes de aire caliente que elevaron a la
atmósfera algunos de los 200 isótopos radiactivos que creó la detonación. El
resultado fue unalluvia radiactiva que
esparció la contaminación: la llamada «lluvia negra». Con aquella explosión, se
cree que murieron unas 100.000 personas. Otras 10.000 lo harían en los dos años
siguientes.
Solo tres días después de la
explosión de Hiroshima, el 9 de agosto, los Estados Unidos de América detonaron una bomba aún más potente.
El blanco primario era la ciudad de Kokura, pero el humo creado por bombardeos
anteriores hizo que el avión volara hacia Nagasaki. La segunda bomba, basada en
el plutonio, estalló a 500 metros de altura con una potencia equivalente a la
de 21.000 toneladas de TNT. En aquella explosión las cifras de víctimas fueron
similares. Unas 100.000 en el momento y otras 10.000 en los años posteriores.
La bomba
atómica hace explosión en Nagasaki- AFP
En realidad, las cifras de muerte y devastaciónalcanzadas
en Hiroshima y Nagasaki fueron
comparables a las de sucesos ocurridos meses antes. Los Aliados,
encabezados por Estados Unidos y Gran Bretaña, ya arrasaron ciudades alemanas,
causando decenas de miles de muertes (Dresde y
Hamburgo) en un solo ataque. Y en Japón, cuando Alemania ya estaba a punto de
caer,los bombardeos indiscriminados fueron aún más intensos. Empleándose
a fondo en el uso de bombas explosivas e incendiarias, y enviando al cielo
cientos de aparatos en cada oleada, los estadounidenses golpearon las
principales ciudades japonesas. Por ejemplo, el 9 de marzo unbombardeo de más de tres horas causó
100.000 muertos y un millón de heridos en Tokio. Los días
siguientes, las bombas arrasaron Nagoya (11 de marzo), Osaka (13 de marzo) y
Kobe (16 de marzo), matando a otros 150.000 ciudadanos y causando un número
incalculable de heridos y mutilados.
Pero las bombas convencionales no
lograron lo que consiguió el terror nuclear. El 15 de agosto de 1945, tras la
explosión de las dos bombas atómicas y mientras Estados Unidos preparaba sus
próximos bombardeos nucleares, el Emperador
Hiro-Hito anunció la rendición incondicional de Japón, citando el poder
destructivo de la bomba atómica: «El enemigo ha lanzado una nueva y cruel
bomba, que ha matado a muchos ciudadanos inocentes y cuya capacidad de
perjuicio es realmente incalculable. Por eso, si continuamos esta situación la
guerra al final no sólo supondrá laaniquilación
de la nación japonesa, sino también la destrucción
total de la propia civilización humana. Y si esto fuese así, ¿cómo
podría proteger a mis súbditos, mis hijos, y cómo podría solicitar el perdón
ante los sagrados espíritus de mis antepasados imperiales? Esta es la razón por
la que he hecho al gobierno del Imperio aceptar la (rendición)».
La odisea de los supervivientes
Para los supervivientes de las
explosiones atómicas, la rendición
no hizo más que marcar el comienzo de una nueva odisea. Los muertos
fueron víctimas de la onda de choque, de la explosión de calor y de la
radiación liberada en el momento de la detonación, que les causó el llamado
síndrome de irradiación aguda (ARS). Pero los supervivientes hicieron frente a
otras amenazas: aparte de quedar huérfanos,
heridos, mutilados y sin hogar, muchos quedaron afectados por la radiación. En primer lugar fueron marcados y rechazados
porque se pensaba que la radiación podía ser contagiosa (se les llamaba los
Hibakusha), y también se decía que habían quedado condenados a tener una
descendencia con malformaciones.
Una víctima de quemaduras tras la
explosión de Hiroshima- U.S. National Archives and Records
Administration
Entre los incontables problemas de salud de los
supervivientes, se registró, por ejemplo, un incremento del riesgo de padecer
cáncer del 44 por ciento, entre 1958 y 1998, entre aquellos que estuvieron
expuestos a unas dosis más altas de radiación (del orden de 1 Gray, 1.000 veces
por encima de los límites máximos de seguridad permitidos hoy en día).
¿Pero las consecuencias sobre la
salud a largo plazo de la radiación fueron tan graves como se suele pensar?
Para Bertrand R. Jordan, investigador
en la Universidad Aix-Marsella, no está tan claro: «Hay un enorme salto entre las consecuencias que
se cree que hubo y lo que realmente ha sido descubierto por los
investigadores».
En un estudio presentado
recientemente en la revista «Genetics»,
una publicación de la Sociedad de Genética de América, el investigador ha
resumido 60 años de investigación médica y 100 artículos científicos basados en
los análisis hechos a los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki. Un total de
120.000 supervivientes y 77.000 de sus hijos han sido estudiados en estas
investigaciones.
«La percepción general es que los
supervivientes quedaron gravemente afectados por varios tipos de cáncer, y que
su vida se acortó. Es cierto que el cáncer se incrementó en casi un 50 por
ciento en las personas que recibieron mayores dosis de radiación, pero también
es cierto que la mayoría de los
supervivientes no desarrolló cáncer y que su esperanza de vida solo
se redujo en meses, como mucho un año», ha escrito el investigador en el
estudio.
«Los peores efectos
definitivamente fueron un incremento de la tasa de cáncer, superior al 42 por
ciento, y una pérdida de esperanza de vida de un año, pero esto solo afectó a la minoría que
recibió las dosis más altas de radiación», ha explicado Betrand R.
Jordan a ABC.
Los supervivientes del bombardeo de 1945 sufrieron
tasas de cáncer sólido superiores a lo normal (barra blanca). El eje horizontal
representa el número de casos- "The Hiroshima/Nagasaki
Survivor Studies: Discrepancies Between Results and General Perception,"
by Bertrand Jordan. Genetics journal, Genetics Society of America
«También se piensa que hubo
nacimientos anormales, malformaciones yextensas
mutaciones entre los hijos de los supervivientes irradiados, pero en
realidad el seguimiento de 77.000 de estos niños no es capaz de aportar
evidencias de este tipo de efectos», prosigue la investigación.
En este sentido, Jordan ha
sugerido que esta falta de evidencias justifica la necesidad de hacer análisis genéticos más detallados,
y también para pensar que, de haber consecuencias para la salud, los riesgos
asociados deben de ser pequeños.
Pero, tal como ha proseguido,
esto no es motivo para dejarse llevar por la
complacencia sobre los efectos de los accidentes nucleares, ni
mucho menos sobre las consecuencias de una guerra nuclear. Tan solo indica, tal
como ha dicho, que «hay un gran salto entre los resultados de los estudios
científicos y la percepción del público».
Miedo a lo desconocido
«Descubrí que las ideas
equivocadas sobre Hiroshima y Nagasaki eran frecuentes incluso entre
científicos y genetistas, así que decidí escribir un artículo resumiendo los
resultados del RERF», ha recordado el investigador a ABC. Este organismo que
menciona, la Fundación
para la Investigación de los Efectos de la Radiación, fue fundada
por Japón y Estados Unidos en 1975, y desde el principio se basó en los
descubrimientos ya hechos por la Comisión de Víctimas de la Bomba Atómica
(ABCC), gestionada conjuntamente por Estados Unidos y Japón, y que analizó los
daños sobre las víctimas de los ataques nucleares desde 1947. Antes de aquello,
el Ejército de los Estados Unidos ya hizo pruebas con las víctimas entre 1945 y 1947, pero los
resultados recopilados permanecen clasificados hoy en día.
Contador Geiger a las afueras de la central nuclear
de Chernóbil, en 2011- AFP
Al margen de esto, para Bertran
R. Jordan las causas de esta discrepancia entre lo que se teme y lo que se ha
demostrado son varias: «La gente tiene
siempre más miedo a los peligros nuevos frente a los conocidos. Por
ejemplo, la sociedad tiende a no tener en cuenta los peligros del carbón,
aunque muera mucha gente en el proceso de extracción o aunque muchos mueran a
causa de la polución», ha justificado.
Además, tal como ha mencionado, aunque la radiación
es invisible y silenciosa, «es más fácil detectar» que un producto químico
tóxico, por ejemplo: «Con un detector Geiger puedes captar escasos niveles de
radiación que no suponen ningún riesgo». Pero no ocurre así con los productos
químicos que están detrás de enfermedades endocrinas o ciertos tipos de cáncer
y que rodean al ser humano.
La ineptitud de Fukushima y
Chernóbil
Aparte de estos motivos, también
considera que la historia ha originado este pánico nuclear. La devastación
vista en Hiroshima y Nagasaki y el temor a la guerra atómica que se cultivó durante
la Guerra Fría tuvieron un importante papel. Pero también los dos accidentes
nucleares más famosos dejaron su huella: «La
gestión de los accidentes nucleares ha sido particularmente inepta y
ha dado fuertes motivos para que el público desconfíe», escribe Bertrand en el
estudio. Así pasó tras el accidente de Fukushima, cuando Tepco negó la seriedad
del accidente, o durante la catástrofe de Chernóbil, durante la cual las
autoridades soviéticas negaron el desastre y los gobiernos europeos tampoco
reconocieron la extensión de la nube de contaminación en un principio.
El resultado es, en su opinión,
no solo un miedo exacerbado a la energía nuclear, sino también que las consecuencias
del accidente de Chernóbilhayan sido también probablemente
exageradas por el público. Aunque en este caso, y a diferencia de los extensos
estudios realizados en Hiroshima y Nagasaki, sí que reconoce que las
investigaciones son más incompletas y deficientes, de forma que es difícil
llegar a una conclusión clara.
Miedo o debate racional
Pero Jordan también ha tratado de
dejar claro que sus cautelas no son un alegato en favor de la energía nuclear.
«Apoyaba la energía nuclear hasta que ocurrió el accidente de Fukushima. Este
demostró que los desastres nucleares pueden ocurrir hasta en un país como
Japón, con regulaciones muy estrictas de seguridad. Sin embargo, creo que es importante que el detabe
sobre la energía nuclear sea racional. Por eso, preferiria que la gente
pudiera acceder a datos cientificos fiables, en vez de a burdas exageraciones
del peligro».
Sea como sea, quizás todo el
sufrimiento humano causado por las explosiones de las bombas atómicas y por los
desastres nucleares de Fuskushima y Chernóbil sean motivos más que suficientes
para plantearse si la energía nuclear merece o no la pena. En opinión de Bertrand R. Jordan, el
debate debe desarrollarse. Pero no con miedos irracionales, sino con
datos comprobables: «Lo único que podemos hacer es publicar los datos más
solidos y explicar la diferencia entre datos y especulaciones».
Al margen de este debate quedan, de momento, los
resultados de los informes redactados por los Estados Unidos entre 1945 y 1947
sobre las secuelas entre la población, y que aún permanecen clasificados y sin
publicar.
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